Venezuela. Chávez, acercamientos al ser humano

Por Germán Sánchez Otero, TeleSUR, Resumen Latinoamericano, 5 de marzo de 2025.

No sucede en un instante, ni él lo decide. La Revolución Bolivariana fusiona casi por completo la existencia pública y privada de Hugo Chávez, y él asume tal realidad como la unión de dos ríos que generan un nuevo torrente. Posee la destreza de un alquimista para mezclar los dos ámbitos y lograr fórmulas originales, extraño don que le permite aunar de modo natural el quehacer público y el goce espiritual privado. A la vez, necesita resguardar en una concha mágica ciertos espacios y tiempos de su intimidad, ceñidos por el destino.

Esta es una propuesta al lector para aproximarnos a facetas humanas menos conocidas del líder venezolano. Las fuentes principales son los relatos públicos que él nos legara. También he utilizado impresiones y opiniones de allegados suyos —subordinados, familiares, gente del pueblo y amigos—, con quienes he dialogado de modo informal o he tenido la satisfacción de entrevistar para la biografía de Chávez que estoy por concluir. Y están presentes mis propias visiones, frutos de las andanzas que compartí junto a él, en faenas solidarias, oficiales y en el ámbito personal.    

Decidí acotar el texto al lapso 1999-2005, en el que transcurren los primeros siete años de la Revolución Bolivariana.  Ofrezco apenas una rendija para mirarlo con su pecho abierto en algunas escenas. Y si “el corazón tiene razones que la razón no tiene”, como afirma la famosa paradoja de Pascal, pregunto: ¿Acaso Chávez no encarna a plenitud ese aparente absurdo?  

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Vísperas de tomar posesión el 2 de febrero de 1999, abre sus pequeños ojos bien temprano, se deleita con el trinar de los pájaros en las arboledas circundantes de su casa presidencial transitoria, La Viñeta, carga en los brazos y goza un rato a su hijita Rosinés, que ya camina y le dice papá, se obsequia una larga ducha y debajo del agua repasa algunas de las ideas matrices que piensa desarrollar en su discurso de toma de posesión, seis horas después. Para relajarse más, riega con ganas todo el cuerpo mientras entona una de sus canciones llaneras dilectas, que él considera un hermoso poema a las garzas, al sol y a la luna, siempre presentes en sus recuerdos del Alto Apure: Palmaritales de Arauca / Cuna de un cielo llanero donde se peinan las garzas / Garcitas blancas que vienen de los esteros…

2

Cuando por primera vez ingresa a La Casona, la lujosa residencia oficial del Presidente sita en el este de Caracas, extraña el enjambre de gente que ha rodeado a Miraflores en las calles y avenidas de acceso, ese día 2 de febrero de 1999 en que asume el cargo. Altamira es una urbanización de mansiones y edificios donde viven personas de ingresos altos, que suelen moverse en confortables autos de cristales oscuros. En el entorno habitan pocas familias y los elevados muros que encierran La Casona, dan una sensación de misterio en su interior.

Decide que lo acompañen allí su esposa María Isabel, sus tres hijos mayores: Rosa Virginia, María Gabriela, y Huguito, de 20, 18 y 15 años respectivamente, y la nieta Gaby —hija de María Gabriela— quien al igual que Rosinés tiene dos años. Suele llegar a las dos o tres de la madrugada y no logra adaptarse a la idea de vivir en un lugar tan amplio, fastuoso y solitario, en la que fuera una famosa hacienda hasta 1964, año en que devino morada del primer mandatario.

Hasta los jardines, que ojea por primera vez en una mañana soleada, le parecen retocados. Los muebles estilo Luis XVI, las porcelanas, lámparas y relojes franceses del siglo XIX —uno de ellos famoso por haber sido propiedad de Napoleón—, entre otros tesoros no lo conmueven. Se interesa, sí, por una biblioteca cuyos libros están casi todos sin estrenar, visibles tras límpidos cristales en estantes de maderas preciosas.

Le atrae la capilla que radica al final del corredor, la misma que existía en la hacienda original. Cuando la visita por primera vez, luego de persignarse y recorrer con su mirada el Cristo, el pequeño altar y los dos reclinatorios, un edecán le informa que allí hay un documento firmado por el Santo Padre, Juan Pablo II. Él sonríe y piensa en el momento en que besará su mano en Roma y le hablará de la resurrección del pueblo venezolano.

Aunque se acuesta tarde y agotado por cubrir jornadas de 16 horas —sin días de asueto—, no duerme bien. Sufre al saber que mientras reposa en la opulenta residencia —que dispone también de piscina, bowling y cine—, hay miles de niños en las calles que se arropan con periódicos o se acuestan en cajas de cartón, debajo de un puente o en un portal comercial.

Pronto, el 9 de febrero de 1999, en cadena nacional de radio y televisión comparte su pesadumbre y expone el conflicto: “Yo no puedo dormir en paz. Lo declaro ante el país. Y yo invito a todos, que nadie duerma en paz. Tóquense el corazón, véanse los ojos en el espejo: todos”.

3  

Noche del 28 de julio de 1999: miles de personas se congregan en la Plaza Caracas, cerca de Miraflores, a festejar sus 45 años bajo el cielo estrellado. Llega ahí con sonrisa de primavera; enseguida visualiza un letrero que reza “Feliz cumpleaños” e imagina la madrugada oscura y lluviosa en que naciera, en el entrañable pueblito de Sabaneta de Barinas, 45 años antes. Lo aclaman compatriotas de rostros humildes, muchos con simbólicas boinas rojas. Hay niños y niñas que le gritan Chávez, Chávez, y él mira sin prisa el brillo de sus ojitos, que le parecen luciérnagas de amor, el mejor regalo. Al terminar este abrazo prodigioso, avanzada la noche, parte feliz a compartir con sus íntimos.

Es su primer onomástico en medio del maravilloso torbellino desatado por la revolución. Él se siente como una paja impulsada por tales vientos, y las pocas horas que dispone para solazarse junto a familiares y amigos, también lo colman de alegría. Trata de mantener una relación normal de pareja y compartir al máximo con los hijos, aunque sus trajines lo limitan. Acaso de modo esporádico puede ver en la madrugada alguna película en el televisor de su dormitorio; prefiere las de acción y algunas de vampiros.

Ha logrado comprender, poniéndose en el lugar de sus familiares, que no es fácil ser esposa, hija o hijo de un hombre que dice, “ya yo viví”, que late en millones de corazones y ha decidido entregarse a su pueblo. A veces, sus seres queridos quieren que siga viviendo igual a cualquier persona y él comprende que ya no puede. “Papá, llévame a la playa, con Gaby, porfa, llévame”, le dice María Gabriela dándole un tierno abrazo y besándolo varias veces y él, sereno, pero con cierta amargura responde: “¿Cuándo, mi amor? Mira mi agenda. Una madrugada será cuando iré contigo a la playa…”.

Aunque no le es dable existir como a la mayoría de los mortales, logra transmitir su cálido afecto a los parientes cercanos, estar al tanto de sus logros y vicisitudes, e irradiarles optimismo y buen humor. Es usual cada día verlo interrumpir lo que está haciendo, para atender la llamada de algún hijo, la madre u otro familiar. Casi nunca son temas urgentes o relevantes y él es dichoso, pues tales diálogos en parte compensan el escaso contacto físico. A diferencia de otros sujetos con alta jerarquía, quienes piensan muchas veces que eso es perder el tiempo, para él significa ganar vida.

Cuando arriba en la noche a la Casona, va primero por las habitaciones de los retoños a darles un beso y, si están despiertos, se interesa por los estudios, la vida social e íntima y en sus sueños. Es fiel confidente y le place sentirse el mejor guía espiritual de sus hijos. Rosinés casi siempre duerme cuando él llega; su disfrute es mirarla y besarla, y que Marisabel le cuente sus ocurrencias del día. Mientras comparte con la niña en las mañanas ambos ríen de lo lindo, a menudo él sentado en el piso y ella haciéndole travesuras.  

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Su relación familiar se ve afectada cada vez más por los embates de las obligaciones públicas. Eso sí, saca tiempo para estar algunas horas en los cumpleaños de sus seres queridos en Caracas, y también en Barinas, en días familiares especiales, como el de la madre o en Navidad. Disfruta tales momentos a plenitud: ríe, hace chistes, bromea con familiares y amigos, canta, anima el colectivo y juega bolas criollas, dominó, beisbol con pelota de goma y en ocasiones “chapitas”. Desparrama cariño y ternura, palabras lindas y abrazos cálidos. En esos instantes íntimos logra que los demás lo perciban y disfruten en su espléndida desnudez humana, tal cual: Hugo.

Sus padres, Hugo de los Reyes y Elena, viven en el estado Barinas, donde aquel es gobernador. Allí residen cuatro hermanos: Aníbal, Narciso, Argenis y Adelis. Adán, el mayor, lo sigue más de cerca en las lides políticas y desde febrero habita en la capital.

Si algo protege del torbellino que tira de él es el rincón de paredes blancas donde abraza y besa a los hijos. Los necesita, como el árbol la luz solar. Con ellos respira sedado e imagina la brisa sabanera, que le silba confidencias para ser feliz. Ningún suceso impide que su querencia florezca día tras día. Y es que mientras más grande es el ser humano, más amor siente y entrega, y necesita de igual modo el remanso de la ternura.

Se divierte al ver a Rosinés jugar con una morrocoya que le han regalado unos niños indígenas del estado Bolívar. Ella quiere que su tortuga de tierra corra y la empuja, y él le aclara sonriente: “No, mi amor, las morrocoyas corren a su velocidad, no como el pollito”. Para contentarla, le trae otra más pequeña y a la niña se le ocurre montarla sobre el caparazón de la grande. Y sentada en el piso cerquita de los dos animalitos, dice gozosa: “Papi, Bonita la está paseando”. Una noche él llega temprano y Bonita, que así la ha bautizado Rosinés, está perdida en el jardín y la niña llora desconsolada y no deja de gritar: “¡Bonita, Bonita…!”. Él la carga, besa su carita varias veces y promete encontrarla hasta que lo logra debajo de una mata.  

5

Le han obsequiado por separado varios libros del español Fernando Sabater, entre ellos dos que este famoso autor concibe para los jóvenes: Ética de Amador y Política de Amador. Le resultan agradables, porque Sabater le habla a su hijo Amador de modo similar a como él dialoga con Huguito, de 17 años, a quien le lee fragmentos.

A Chávez le gusta en especial este: “Los antiguos griegos, tipos listos y valientes por los que ya sabes que tengo especial devoción, a quien no se metía en política le llamaron ‘idiotez’, una palabra que significa persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada, a fin de cuentas, por todos. De ese ‘idiotez’ griego deriva nuestro idiota actual, que no necesito explicarte lo que significa”.

Al cabo explica a Huguito que el autor busca interesar a los jóvenes en la política. Le dice: “Hay que redimensionar la palabra y el contenido del político, que debe ser un líder espiritual, moral, un líder conductor de su pueblo, capaz de dar la vida por su pueblo, no pensar en él y en su interés”. Poco tiempo después, abraza a Huguito y le obsequia ambos libros de Sabater. “Léelos Hugo, vas a obtener muchos conocimientos útiles…”.

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La noche del 31 de diciembre de 1999 es muy especial: fin y comienzo de otro año, de siglo y del milenio. Se agita su alma y va en busca de las raíces. En la tarde viaja a Barinas, para inspeccionar la construcción de una nueva carretera paralizada hace 20 años, y después disfrutar el esperado instante junto a los padres, los hermanos, sus hijos y una pléyade de sobrinos, compañeros de su entorno y amigos.  

Acude primero de sorpresa a la casa de Adán y lo encuentra sentado en la mesa de dominó. Pronto se anota de pareja con un amigo de la juventud, y entre bromas comenta que su estilo de juego ha sido nombrado ahí mismo como “suicidismo”, porque al no tener la experiencia de otros que practican a menudo, él se arriesga a poner fichas en forma suicida. Aunque esta vez gana.

Y llega el brindis de las 12. Primero por lo que pudo haber sido y no fue, y después el del futuro. Él se inspira y habla de lo que va a ser Venezuela: “Estamos entrando a la década de plata de 2001 a 2010, para luego entrar de 2011 a 2020 en la década de oro. Venezuela va a ser un pequeño gran país, ¡escríbanlo!”. Después viene la serenata colectiva de llaneras y corridos mexicanos, salpicados con canciones románticas y de Alí Primera. Él y tres de sus hermanos son el alma de este recital, pletórico de sentimientos y evocaciones.

El primero de enero, en la mañana, visita la tumba de la adorada abuela Mamá Rosa. Lo reconforta que Hugo de los Reyes mantenga el sitio rodeado de plantas y flores, como a ella le gustaba vivir. Al mediodía vuelve a disfrutar en familia, esta vez en la pequeña finquita del padre, La Chavera. El plato fuerte es el juego de bolas criollas. Chávez lo emprende de pareja con su querido amigo Luis Reyes Reyes, gobernador del vecino estado Lara y quien, como él, es un experto de este deporte-juego y ambos compiten en hacer el mayor número de “boches clavaos”. Los rivales son dos hermanos de Chávez, que caen abatidos. Ganar en el dominó y ahora en las bolas criollas lo hacen estrenar el siglo aún más feliz, pues, aunque sabe perder se empeña muchísimo en ganar, y sonríe igual que un niño al lograrlo. “Les metimos el primer zapatero del siglo”, dice entre bromas.

Para completar recuerdos, organiza un partido de chapitas. Deben esperar a que su hijo Huguito y un amigo busquen en un pueblo cercano las tapas de los refrescos y cervezas, mientras la madre Elena riñe, porque quieren cogerle el palo de la escoba para batear las chapas.

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Los desbordes de odio y de violencia en grupos de personas opositoras que habitan en el este de Caracas, hicieron aconsejable que avanzado el año 2002 él se instalara en la pequeña área privada existente en el segundo y último piso de Miraflores. Ya en ese momento se ha divorciado (por segunda vez).

Aunque ha sido concebida solo para efímeros descansos del presidente de turno, el barinés acondiciona ahí un minúsculo patio al aire libre, donde a veces juega chapitas con amigos y subordinados o lo utiliza para alegrarse con Rosinés y su nieta Gaby. En la azotea del Palacio trota y realiza otros ejercicios.

Más adelante pide que le construyan un caney en una parte del patiecito, con horcones de madera y techo de pencas de palma, igual a las moradas indígenas pero la suya es sin paredes. Convierte el peculiar sitio aireado en su ambiente de labor predilecto, donde lee documentos y libros, goza a sus hijos y sostiene reuniones con subordinados y extranjeros de cercanía personal.

De tal modo, crea a su imagen y semejanza un espacio fresco y relajante, una especie de minúscula sucursal del llano: sencillo, criollo, diáfano y con los efluvios del entorno natural. A la vista, en otra reducida área, tiene su jardín, donde enseña a un loro a hablar, y hasta logra que repita “uh, ah, Chávez no se va”, consigna que el pueblo reitera en esos días por doquier. Y le regalan y cría dos gallos pintos que lo deleitan porque cantan en las tardes. A uno lo bautiza con el nombre Fidel, y al otro Chávez.

Siempre que puede traer a Rosinés al Palacio retoza de lo lindo con ella y suma a la nieta Gaby. En otro Aló cuenta: “Rosinés quiere ahora ser mi nieta y Gabriela quiere ser mi hija, se están intercambiando papeles. Y yo como un viejito chocho siguiéndoles el juego pues. ‘Bendición abuelo’, me dice Rosinés. Y yo: ‘Dios te bendiga nieta’. Entonces ellas gozan un puyero con ese juego, de cambiar su papel de hija y nieta. Y cualquiera puede serla”. Una tarde soleada las enseña a pintar con pinceles y entre ambas niñas crean un colorido y espontáneo mural en una pared frente a su caney de Miraflores, en el que sobresale el omnipresente lema popular: ¡Uh, ah, Chávez no se va…! Él disfruta la original obra infantil con orgullo de padre, abuelo y profesor de pintura, todo a la vez, y opta por dejarla plasmada ahí, para sentir a cada rato sus destellos de ternura.

Sus tres hijos mayores, Rosa Virginia, María Gabriela y Hugo, continúan en la residencia oficial. Habla con ellos vía telefónica, los ve a menudo en Miraflores, o los incorpora a sus actividades, sobre todo a las hembras, que son más pegadas. En ocasiones, luego de amainar las aguas turbulentas, ya iniciado el 2003, en la noche ingresa a La Casona con una mínima escolta —para no llamar la atención—, comparte con sus afectos, hace como en el pasado reuniones de trabajo, que pueden ser acompañadas de cena, y participa en cumpleaños u otros festejos familiares. Mas su lugar de vivir principal, seguirá siendo el espacio privado de Miraflores.

En el Palacio y en todos sus movimientos lo acompañan algunos jóvenes oficiales y otros edecanes más diestros, estos últimos casi todos participantes en la rebelión del 4 de febrero, quienes fungen como edecanes y escoltas. Él se esmera en cohesionar el grupo y lograr su mayor eficiencia, a la vez que mantiene un clima familiar. A partir de mayo de 2003 y por una circunstancia fortuita asociada a una dolencia menor suya, un equipo de médicos y otros especialistas de salud cubanos, a propuesta de Fidel, estarán siempre junto a él.  

8  

Como todo ser humano, sigue ciertas pautas de vida que tienden a ser reiteradas. Verbigracia, acostumbra a ducharse minutos después de despertar en la mañana. Disfruta el momento sin prisa, y para relajarse al máximo entona sus canciones llaneras dilectas, rancheras, boleros y las del cantor revolucionario Alí Primera. Y así, bajo el agua refrescante le place pensar y en no pocas ocasiones se le ocurren ideas novedosas.

¿Qué prefiere desayunar? Primero apetece una taza de café tipo guayoyo (aguado). No puede faltar un plato inicial de frutas, el tradicional café con leche y jugos de frutas y de naranja. Le gusta la avena y alterna con el “fororo” bien caliente, al que se ha habituado desde su juventud en la Academia Militar; es una mezcla de harina de maíz bien molida, azúcar, leche y canela. Le agradan las arepitas finitas con nata o queso fresco. También huevos y pisillo de chigüire, y en ocasiones caraotas negras. Toma un complejo vitamínico, vitaminas E y C, y PPG de origen cubano para el colesterol.

También le agradan los almuerzos a base de platos venezolanos. Repite algún jugo —los predilectos son de lechosa o piña—, puede incluir papelón (raspadura) —que contiene agua, limón y papelón—; le encanta, por ejemplo, el pabellón criollo —arroz blanco, caraotas negras, carne en fibras y tajadas de plátano maduro frito con queso llanero rayado—.   

La madre le envía de Barinas carne salada de chigüire (pisillo), único alimento que controla con celo para que no se le acabe y ofrecerlo orgulloso a sus invitados. También le agradan las sardinas venezolanas en lata, naturales y con tomate, y siempre incluye una ensalada de vegetales. No es amante de las sopas —aunque en ocasiones incluye el criollísimo hervido de gallina— y prefiere los alimentos poco aliñados y nunca con cebolla. Pocas veces le sirven pastas y no consume pizzas o hamburguesas. De postre, repite mucho el dulce de lechoza y se deleita con las conservas de coco en sus tres formas, blanco, negro y rojo. Corona con una taza de café guayoyo y en ocasiones enciende un cigarro rubio Belmont.

La cena es más frugal, a base de pollo o pescado, siempre a la plancha y con vegetales, además arepitas y casabe, jugo y postre. Nunca consume cervezas en las comidas y almuerzos, tampoco vino u otra bebida alcohólica, solo agua y jugos. Tarde en la noche, y a veces de merienda vespertina, le agrada el pan dulce o una porción de torta, con chocolate caliente o café con leche. Entre las arepas, se vuelve loco con la Reina Pepiada, a base de pollo mechado, aguacate y abundante mayonesa. Y en tiempos de Navidad el sumun de sus deleites son las hayacas que hace la madre en Barinas.

Su auxiliar de enfermería y en otras faenas personales durante los primeros años, Lucía Longa, “La Negra”, cuando comienza a trabajar con él en julio de 1999 se asombra al apreciar los alimentos que ingiere cada día. “¿Esto es lo que come el Presidente?”, se pregunta con asombro, pues ella, sargento del Ejército, cree que a un mandatario le deben servir manjares y comidas exóticas. Lo mismo sucede con otros miembros del personal auxiliar, que no se cansan al igual que ella de comentar a sus familiares y amigos los gustos criollos del barinés.

Adora las ciruelas y los mamones (mamoncillos), que les hacen recordar su infancia feliz y a veces come en su despacho estas frutillas, que tienen una sola semilla. En una ocasión Lucía lo sorprende muy divertido, lanzando semillas de ciruela desde su asiento hasta un cesto de papeles, y le dice: “Mira qué bien las encesto”, como si estuviera jugando básquet. Es el Chávez niño…

9

Escoge la ropa del armario, donde tiene bien ordenadas las camisas, pantalones, franelas, chaquetas, trajes y medias por color. Detesta el cuello bajo en las franelas (pullovers) y orienta que se las confeccionen con el cuello alto y duro; siempre las utiliza debajo de la camisa, hábito adquirido en el ejército y ahora lo mantiene con franelas de distinto color que al llegar casi al cuello sobresalen dentro de las camisas, cuyos tonos combina con aquellas. Él mismo diseña los modelos de sus chaquetas, que tienen un aire de guerrera militar, con grandes bolsillos como si fueran de campaña. Sus predilectas son las verdes y las azules oscuros. Cuando tiene un acto público o un programa de televisión, utiliza lentes de contacto que se los coloca y retira la enfermera de turno.

El ministro de la Presidencia o alguno de sus colaboradores, tienen la misión de recordarle los días de cumpleaños de sus familiares y de ciertos amigos entrañables, y otras fechas similares. Es de los primeros en felicitar y trata de asistir a las fiestas onomásticas de los familiares u otras señaladas, y de celebrar con ellos las suyas en La Casona o en Barinas.

No es afecto a los ágapes en las formas más comunes y con el tiempo los amolda a su gusto. Introduce el juego de bolas criollas y el de beisbol en el patio de La Casona (con pelota de goma), y el de chapitas. En tales citas se sirve un trago de whisky para no desentonar, al que le agrega bastante hielo y abundante agua. Además, no participa en fiestas que no sean de la familia. A veces se convierte en el animador del festejo, con karaoke incluido, música llanera, mexicana y de otros géneros, que él casi siempre interpreta acompañado de algún profesional u otros aficionados. Lo que sí no ha aprendido es a bailar, pues no tiene sentido del ritmo y cuando lo hace busca pegarse a la pareja: “Así pegadito es que sé bailar”, suele confesar a esta con cierta dosis de picardía…

Salvo los días que pernocta en algún sitio del interior o durante los viajes a otros países, es bastante constante en ejercitar los músculos. Trota por lo regular 30 minutos y en ese lapso se olvida de todo. También hace abdominales, sentadillas, flexiones de los brazos y mueve el cuello. Cuando nota que la barriga le ha crecido es más disciplinado y también más riguroso con la dieta. Su peso ideal es de 90 kilogramos para su estatura de 1.80 m, aunque se estabiliza en 94-95 kg y en una ocasión casi alcanza los 100 kg, sin perder la esbeltez gracias a su complexión maciza y de hombros anchos.

Durante los ejercicios, en los actos populares y en el fragor de las campañas electorales suda mucho y a él no le desagrada. Así dice sentir el cuerpo y que de los poros le brota vida. Para compensar su tendencia a transpirar bebe mucha agua, e incluso, dentro de Miraflores si se mueve de su despacho a algún otro sitio alguien debe estar cerca con un vaso y una botella del líquido.

Lector insaciable de libros, le interesan en especial los de historia venezolana y latinoamericana, los del pensamiento de Bolívar, Miranda, Zamora, Simón Rodríguez y de otros próceres; y también de economía, política, filosofía, literatura, poesía, geografía o de índole técnica y científica. También acude a la Biblia con alguna frecuencia. En estos primeros años, no cuenta con el tiempo necesario para ejercitar la pintura, otra de sus aficiones desde niño y, a saber, no escribe poemas.

10

Celebra en el área rural de Barinas su cumpleaños 49, en una pequeña propiedad de su hermano menor Adelis. Esa noche del 27 de julio de 2003, se reúnen a esperar la fecha toda la familia y varios amigos. Él está radiante, pletórico de afectos y también porque luego de las bregas políticas del año 2002 ha podido remontar la cuesta y comenzar una ofensiva integral de la revolución. Juega dominó, bolas criollas, comparte un poco con todos, hace chistes, evoca anécdotas de la infancia y la juventud hasta que arriba el minuto esperado. En ese instante besa a Elena y le dice gracias vieja y ella cuenta la madrugada lluviosa en que naciera su segundo hijo, quien tenía destinado el nombre de Eva porque la quería hembra a fin de que hiciera pareja con Adán.

Después de disfrutar la canción cumpleañera, apagar las velas, picar la torta y recibir los nuevos deseos de felicidades, y los abrazos, besos y en especial la ternura de sus padres e hijos, atiende una llamada telefónica de Fidel que dura media hora, y regresa a la cancha de bolas criollas. Se sirve por excepción un segundo whisky con mucho hielo y agua —porque el primero se entibió— y ahí permanece feliz casi dos horas dirigiendo a su equipo, que gana todas las partidas a la cuarteta adversaria capitaneada por Adán.

Pasadas las 2 de la madrugada el anfitrión, su hermano menor, saca el cuatro y arranca la serenata de canciones llaneras, y él no deja de entonar cada una, acompañado casi siempre por Adán, el propio Adelis u otros hermanos y amigos y amigas, de pareja o en colectivo. Después estalla una especie de recital de corridos mexicanos y otro de boleros, casi todos famosos en sus años de juventud.

Una hora antes de amanecer, Adelis le recuerda que tiene previsto estrenar una cancha aledaña de futbolito y todos caminan apenas 15 metros hacia el pequeño sitio, que tiene una ligera inclinación. Chávez no es bueno en este deporte, que ha ejercitado poco, y a veces resbala y cae sobre la yerba mojada por el rocío de la madrugada. A otros jugadores les ocurre igual, y todos —quienes caen y los que miran— disfrutan tal aterrizaje forzoso, pero en especial él lo saborea y parece un niño en el trance de un momento sublime.

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