Ucrania. Entre la victoria y el desastre

Por Henry Pacheco, Resumen Latinoamericano, 27 de septiembre de 2024.

“La Operación especial contra Ucrania tiene que terminar. Necesitamos una paz justa y sostenible, con garantías de seguridad para una Ucrania libre e independiente”, afirmó en su teatralmente exagerada intervención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas Annalena Baerbock, ciñéndose estrictamente a las líneas del discurso ucraniano: referirse al final de la guerra, a la paz y a la justicia añadiendo siempre las coletillas de la libertad e independencia y, sobre todo, las garantías de seguridad que, en la jerga actual, implican la adhesión a la OTAN. Miembro del ala dura del Gobierno alemán, que parece más cercana a la desescalada por la vía de la escalada, como Israel define su actuación en el Líbano que, a la relativa prudencia de su canciller, Baerbock no perdió la ocasión de añadir que “esto no puede significar que nos quedemos quietos y miremos mientras no hay final de esta guerra, mientras Putin no se ha sentado en la mesa de negociación”. La amnesia selectiva colectiva de los líderes de Occidente hace olvidar que Rusia permaneció en la mesa de Minsk durante los siete años en los que Ucrania dejó claro que no iba a implementar el acuerdo de paz que había firmado, algo que pudo sostener durante tanto tiempo fundamentalmente por el apoyo incondicional de sus aliados, Alemania a la cabeza, y que no se levantó en la primavera de 2022 hasta que fue Ucrania quien lo hizo. Aun así, el hecho de que la guerra no haya terminado y que Putin no se siente en la mesa de negociación “es el motivo por el que seguimos apoyando a Ucrania y estamos agradecidos de que un creciente número de nuestros socios estén pensando en cómo acabar esta guerra”. Sin embargo, esa unidad a la que parece apelar Baerbock en la semana de la celebración de la Asamblea General de Naciones Unidas es falsa.

Las posturas están divididas según los parámetros que se han repetido en estos más de dos años y medio desde la operación especial rusa. Mientras unos países anuncian un aumento de los suministros a Kiev, otros buscan impulsar una diplomacia en la que no se entienda por “terminar la guerra” presentar los términos de Ucrania para que Rusia los acepte sin negociación previa como esperan Kiev y sus aliados más cercanos. Brasil y China, por ejemplo, buscan apoyos para su vía hacia la paz por medio de la congelación de la guerra en sus fronteras actuales e inicio inmediato de una negociación reconocida por ambas partes, una opción inaceptable ya que, sin ninguna de las partes militarmente derrotada, la paz implicaría concesiones que Ucrania no está dispuesta a aceptar. La experiencia de la última década indica que no serán representantes como Baerbock quienes encaminen a Ucrania por la vía del realismo, especialmente en el aspecto territorial: el de admitir que una parte del país lo abandonó hace diez años y solo podría volver por la vía de la fuerza y contra la opinión de gran parte de la población. Occidente, por su parte, continúa utilizando la semana de la diplomacia para presentar a la OTAN, uno de los factores que hicieron estallar la guerra, como solución y para anunciar nuevos paquetes de asistencia militar a Kiev. “Estados Unidos va a proporcionar a Ucrania un total de 7.900 millones de dólares en asistencia. Agradecidos a nuestros aliados”, escribió ayer Andriy Ermak. Antes, Washington había anunciado el próximo envío de material bélico por valor de 375 millones de dólares, más munición para una guerra que, a pesar de estar, según el presidente ucraniano, a punto de terminar -siempre que se cumplan sus exigencias- sigue necesitando un flujo constante y creciente de material.

La situación actual y las diferentes luchan por el discurso hacen que, según el interlocutor, la guerra parezca indistintamente a punto de terminar favorablemente para Ucrania o como un desastre causado por la ruptura del frente; a la vez a punto de causar el colapso económico y militar ruso o la invasión rusa de algún país de la OTAN.  La disonancia cognitiva del momento hace que la prensa compagine la narrativa de un final próximo a la guerra e incluso especulaciones sobre el inicio de negociaciones entre las partes con la posibilidad del uso de armas nucleares por parte de la Federación Rusa. Confundir la paz con la victoria y que el Plan de Victoria para terminar rápidamente la guerra implique el suministro de misiles de largo alcance con los que atacar una potencia nuclear han creado un espectro mediático en el que todo es posible, también que la parte que cuenta con menos recursos se crea capaz de imponer la paz por la fuerza de sus bombardeos.

Esa lógica parece haber sido la base de la comunicación entre Zelensky y los congresistas y senadores estadounidenses con los que el presidente ucraniano se reunió ayer antes de ser recibido por Joe Biden. El líder ucraniano habría presentado como más importante el levantamiento del veto a los ataques en profundidad en territorio ruso que el suministro de nueva financiación. “Puede que no se necesiten recursos adicionales de Estados Unidos”, afirmó según el senador John Cornyn, si Estados Unidos levanta la prohibición del uso de misiles occidentales en la Federación Rusa, de tal manera que “acortaría la guerra, no la alargaría”. Es difícil imaginar que Zelensky crea realmente que Ucrania va a disponer, con los recursos actuales que Estados Unidos ha comprometido a la guerra, del material suficiente para causar a Rusia una serie de bombardeos incapacitantes que obliguen a Moscú a rendirse al diktat ucraniano, por lo que puede entenderse su argumento como la reafirmación de que Kiev no pretende consumir indefinidamente financiación de Estados Unidos. No hay duda de que, incluso aunque Washington levantara inmediatamente el veto a los bombardeos con los que sueña Zelensky, algo que no sucedió tras la reunión de ayer en la Casa Blanca, Ucrania continuaría precisando de más financiación. Es más, esa es una de las condiciones que se encuentran en el Plan de Victoria, que implica la continuación del suministro militar, es decir, más recursos, más allá de la guerra. Sin embargo, el comentario de Zelensky, que es coherente con el triunfalismo que escenifica con su discurso sobre su propuesta para lograr un final rápido a la guerra –por medio de la fuerza, lo que contrasta con el final por medio del compromiso por el que fue elegido presidente en 2019-, es suficiente para argumentar que Ucrania desearía realizar un golpe masivo contra las infraestructuras militares de la Federación Rusa(y para el que carece del material necesario y no es de esperar que le sea suministrado por Estados Unidos).

La hipótesis de los ataques en profundidad con el uso de misiles y/o aeronaves occidentales, algo que Rusia parece dar por hecho que se producirá más temprano que tarde, es uno de los motivos para la clarificación sobre la doctrina nuclear rusa que Vladimir Putin realizó el pasado miércoles. Hasta ahora, incluso a pesar del avance ucraniano sobre Kursk, al que Rusia ha reaccionado con paciencia y sin exagerar el peligro -para disgusto de los sectores más nacionalistas, que han exigido mano más dura contra Kiev-, no se ha dado en esta guerra ninguno de los casos en los que la doctrina nuclear permitiera el uso de esas armas: ataque nuclear, ataque convencional contra infraestructuras nucleares y peligro para la integridad del Estado. Lo planteado esta semana por el presidente ruso añade un matiz que ya ha sido calificado de imprudente por quienes suministran los misiles con los que Ucrania quiere atacar la Federación Rusa. Se trataría de un ataque masivo -con aviación, misiles o drones- realizado por una potencia no nuclear apoyada por otra que sí lo es. Es incuestionable que se trata de una rebaja de las condiciones en las que sería posible un ataque nuclear y lo es también que un ataque ucraniano con armamento suministrado por Estados Unidos es prácticamente la definición de lo planteado por Vladimir Putin. El peligroso ruido de sables nuclear busca marcar una línea roja y desincentivar el levantamiento del veto occidental a los ataques contra objetivos en la Rusia continental, pero suponen, no solo elevar la tensión, sino colocar a Moscú en la posición de tener que responder de forma mucho más dura que hasta ahora al aún hipotético escenario de que se produzca el blitzkrieg aéreo que desea Zelensky. Es preciso también tener en cuenta aquello que queda en el aire como, por ejemplo, la definición de masivo, que posiblemente haya que interpretar como crítico, lo que elevaría nuevamente las exigencias para que pudiera ser aplicada la doctrina nuclear y que está muy lejos de ser posible.

Aparentemente, al menos a juzgar por el discurso mediático, a medio camino entre la paz y el desastre, la única certeza de este conflicto parece ser que existe solo una línea roja: la diplomacia. Mientras la prensa y la política navegan entre escenarios hipotéticos, la realidad del día a día sigue y seguirá marcada por la realidad de las trincheras de esta guerra de desgaste.

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