Nación Mapuche. Habla la machi Betiana Colhuan Nahuel: “Todos tenemos sangre mapuche: algunos, en las venas; otros, en las manos”
Por Christian Masello*, 25 de septiembre de 2024.
“Yo no me percibo mapuche, lo soy” (foto: Facundo Pard
En una conversación extensa, a punto de enfrentar, junto a otros miembros de la comunidad Lafken Winkul Mapu, el juicio por la denominada causa madre de Villa Mascardi, la machi Betiana Colhuan Nahuel desata recuerdos, reflexiona y opina…
Foto: Facundo Pardo.
–¿Qué siente en este momento, a poco de que el juicio se concrete?
–Como comunidad, como madre, como mujer mapuche, la sensación es la de sentirse atropellado… una vez más. Es parte de la historia que nos atraviesa. Sentimos lo mismo que nuestros abuelos y abuelas, siendo despojados de un territorio y sentados en el banquillo de los acusados como si nosotros fuéramos los usurpadores. De nuevo, somos señalados como violentos, y la verdad es que nosotros nos sentimos violentados.
–¿Qué representa la Justicia?
–Para nosotros, se trata de algo armado para favorecer a un sistema capitalista, creado para la destrucción de los territorios y el despojo de las comunidades originarias –mapuches y de otros pueblos–.
–En definitiva, no tienen confianza en el Poder Judicial…
–No, porque el sistema está armado en nuestra contra. No se respetan las propias leyes de este Estado, donde se reconoce a los indígenas como preexistentes, ni tampoco los convenios internacionales. Las normas que crean para reconocer y reparar el daño que se hizo durante todo estos años de genocidio hacia nuestro pueblo no son tomadas en cuenta.
–Para ustedes, ¿existió usurpación?
–No. Para nosotros, se trata de una búsqueda de una vida digna, una reivindicación territorial de un lugar que, en realidad, fue usurpado por el Estado.
–¿Qué cree que pasará en el juicio?
–Lo correcto sería que reconocieran a la comunidad. Debe comprenderse que no le sacamos un terreno al vecino barilochense; estamos recuperando un espacio para el derecho legítimo de desarrollar nuestra cultura. No reclamamos cincuenta mil hectáreas de lo que hoy es el Estado argentino, sino siete. Hay un estudio antropológico, con investigadores del Estado, que el juez aceptó.
–Ese es su deseo, ¿pero considera que es lo que va a suceder?
–Si fuera todo correcto, es lo que debería pasar. Si no, que nos condenen como usurpadores de nuestro propio territorio.
–¿Piensan que se trata de una cuestión política?
–Sí.
Foto: Facundo Pardo.
–Más allá de esta causa, a partir de las apelaciones, ¿teme que los prefectos vinculados a la muerte de Rafael Nahuel queden libres?
–Sí. Creo que todo será favorable para ellos, porque están protegidos por el Estado… y por Patricia Bullrich.
–¿Qué piensa de Bullrich?
–Tiene ambición de poder, y quiere aplastar a los más vulnerables. Es racista, está contra el pueblo mapuche. Festejó la desaparición de Santiago Maldonado y el asesinato de nuestro weichafe (guerrero) Rafael Nahuel. Se trata de una persona vacía, no tiene ninguna propuesta positiva para la gente, sólo quiere imponer su poder y reprimir hasta a los abuelos jubilados… Si lo hace con ellos, ¿qué puede pasar con nosotros?
–¿Qué les diría a aquellos que los califican como violentos?
–Es difícil, porque la sociedad inconsciente cree que esto es un partido de fútbol: los argentinos patriotas contra los indios terroristas. En realidad, no es así. Además, gran parte de la gente que nos critica desciende de pueblos originarios, y los no mapuches que nos tildan de violentos son, justamente, nietos de genocidas. ¿Qué más podemos esperar de esas personas? Hay un pueblo empobrecido de valores y de conciencia sobre sus raíces. Un ochenta por ciento de la población barilochense es mapuche, con cara y apellido indígena. El propio Estado hace creer que hay que estar de un lado o del otro, y motiva a que se tenga vergüenza de la cultura propia, de la identidad. Primero debe reconocerse la violencia ejercida desde la campaña genocida de Julio Argentino Roca hasta la actualidad, donde nuestros derechos son vulnerados por portación de rostro.
–Pero… ¿y la violencia en Mascardi?
–Hubo varios montajes armados contra la comunidad, desde 2017 hasta ahora. Algunos de ellos apuntaron a quemas, violencia… Por ejemplo, nos acusan de usurpar el exhotel de Villa Mascardi, y nunca lo hicimos. Es mentira. Era un lugar inhabitable. Se encontraba abandonado desde hacía años, se caía a pedazos. La estructura estaba muy dañada. Venía mucha gente de los barrios de Bariloche y se llevaba cosas, porque también había vehículos tirados. Nosotros jamás habitamos ese espacio.
–¿Tomaron cosas de ahí?
–Sí y no… A lo último de la recuperación, sacamos algunos elementos para reutilizar.
–Lo que dice es que ustedes no fueron los que comenzaron a sacar esas cosas…
–No, el lugar ya estaba en ese estado cuando llegamos.
–¿Con qué construyeron sus rukas (casas mapuches)?
–En el lugar había mucha madera seca, tirada. También, plantación de pinos, que, en la medida de las posibilidades, intentamos cortar para que no siga avanzando en el bosque nativo. Con eso levantamos las rukas. Siempre mostramos respeto por la naturaleza.
–La situación que se vivió en Los Radales, con el ataque a la casilla de Gendarmería, ¿dice que fue un montaje?
–Sí, una excusa para poder avanzar sobre el territorio de la comunidad. Nosotros no lo hicimos.
Foto: Facundo Pardo.
–¿Qué pasó con los chicos de la comunidad en los operativos de desalojo?
–En 2017, los niños tenían unos tres años, y también había bebés. Fueron gaseados…. Les crearon un trauma que ellos nunca pudieron borrar, crecieron con eso. En 2022, a las seis de las mañana empezaron los tiros, y los nenes tenían la claridad en su mente de que no deseaban pasar otra vez por lo mismo, es decir, la detención, los gases… Cuando la policía ingresó, estaban junto a sus mamás… Sin hablar, decidieron irse. Las fuerzas tomaron la decisión de seguirlos mientras les disparaban. Tenían catorce, once, ocho y seis años… Volvieron por la noche. Todos terminaron con marcas de postas de goma en el cuerpo, además del efecto del gas en los ojos durante unos dos días.
–¿Por qué, cuando se produjo el desalojo de 2022, sólo había mujeres y niños? ¿Qué pasó con los hombres?
–Nosotros tomamos un compromiso con el espacio ceremonial sagrado, con el rewe, que es de por vida. Ese espacio vio nacer a nuestros hijos, que allí crecieron. Incluso estamos dispuestos a dejar nuestra vida, como lo hizo Rafael Nahuel. Por eso, cuando llegaron las fuerzas estatales represivas, el rewe se defendió como se pudo. Nunca negamos que hicimos una autodefensa de ese espacio. Cuando vinieron a dispararnos, lo defendimos a piedrazos. Los hombres de la comunidad protegieron ese espacio con hondas de revoleo, y mientras lo hacían nos daban tiempo para vestir a nuestros hijos. Hubo mujeres que también defendían, pero casi todas éramos madres, así que nos tocaba estar con los chicos. Cuando ya no se podía sostener la autodefensa, no deseábamos seguir exponiendo a nuestros padres, compañeros, hermanos, sólo para que fueran personas de sacrificio. Nadie nos paga ni nos obliga a ser mapuches, lo somos porque nace del espíritu. Asumimos la prisión con dignidad. No nos avergüenza decir: “Estuvimos presas”. A diferencia de otras personas, nosotras fue por defender un territorio, por defender la vida, por defender un espacio ceremonial sagrado. Fue una decisión unánime de la comunidad que los hombres y algunas mujeres corrieran por la montaña. Y en ese momento, algunos niños también se fueron. Eso no estaba contemplado. Quizá lo hicieron por el sentimiento de no volver a sufrir el arresto. Corrían a la par que los grandes. Pero en un momento les dijeron que bajaran.
Foto: Facundo Pardo.
–¿Cómo es la relación de la Lafken Winkul Mapu con el resto del pueblo mapuche? ¿Hay grietas?
–El pueblo mapuche es muy amplio. No nos conocemos todos. Pero nos hemos sentido apoyados y acompañados. Cuando nos desalojaron, hubo muchas comunidades que se acercaron en solidaridad y otras nos acompañaron con comunicados…
–¿Y por qué cree que hay mapuches que no los respaldan?
–A veces, por desconocimiento. Pero casi todos nos han apoyado. Algunos de lo que no lo hicieron consideramos que es por “awingkamiento”, mapuches que perdieron su cultura.
–Últimamente, ¿han tenido contacto con la comunidad Wiritray (ubicada históricamente en la cabecera norte de Mascardi)?
–No.
–Antes tenían relación, ¿verdad?
–Sí.
–¿Desde cuándo no la tienen?
–Cuando recuperamos el territorio, ellos tuvieron una orden de arriba. Porque muchos de los miembros de Wiritray se desempeñan para Parques Nacionales. Nosotros entendemos que es parte del awingkamiento: “Conservemos el trabajo antes de apoyar a nuestros hermanos”. Ellos han perdido toda su cultura: su idioma, su vestimenta, el conocimiento de los ancestros y los consejos que dejaron… Porque nosotros no nos hicimos solos, nos formaron abuelas, abuelos, gente mayor que nos enseñó a apoyarnos entre los hermanos mapuches. Ellos se hicieron wingkas. Es muy difícil tratar con alguien que ya está sometido por un sueldo.
–Por lo que dice, se conocían ya antes de 2017…
–Sí. Incluso íbamos a la comunidad Wiritray. De hecho, ahí, antes de que yo naciera, se desarrolló una ceremonia con la machi Teresa Painequeo, que en estado de trance anunció que a la orilla del Relmu Lafken, ese mismo lago, se iba a levantar una comunidad y volvería a nacer un espíritu de machi, ya que antiguamente ahí había existido un rewe y esa fuerza retornaría. Estaba presente mi mamá, y muchos abuelos y abuelas que en la actualidad nos acompañan…
Foto: Eugenia Neme.
–¿Qué es un rewe?
–Un espacio territorial sagrado, que no se define por una cantidad de metros.
–¿Continúa yendo al rewe de Villa Mascardi?
–Sí.
–¿Cuándo fue por última vez?
–Hace unos cinco días.
–¿Es igual ir periódicamente que permanecer ahí?
–No es lo mismo. Precisa un cuidado permanente, en especial por el hecho de que lo han vandalizado varias veces. Hay una retroalimentación: nosotros nos alimentamos de fuerza, de sanidad; y ese espacio, de nosotros. Existe un compromiso con un espacio territorial que necesita de manera permanente a las personas que tomaron ese compromiso, a sus hijos. Allí se hacían ceremonias para las que llegaba gente de varias comunidades; han llegado a participar unas quinientas personas. El rewe es todo ese sitio donde se colocaban quienes iban para renovar su energía y buscar fortaleza espiritual. La estructura de madera que salió publicada en varias partes se llama chemamull, y se levantó a fuerza de pulso por más de setenta personas. Se talló a mano durante un día entero.
–Específicamente, como machi, ¿es distinto vivir en ese lugar que estar en otro sitio?
–Es muy diferente. Ahí podía desarrollar libremente mi trabajo. Yo, en ese espacio, atendía pacientes. Se podía sanar a la gente, darle un tratamiento. Habías personas que permanecían ahí, internadas. En cambio, lejos del rewe, es otra cosa, porque atendiendo en una sala de cemento no puedo salir afuera y buscar los lawen, remedios, que se encuentran en ese territorio, como, por ejemplo, ciertas plantas… Y cuando el rewe está mal, nuestra salud resulta afectada.
–En la actualidad, cuando va a ese sitio, ¿qué hace?
–Vamos a resguardarlo. No nos permiten alojarnos… Si nos dejaran volver definitivamente, no lo dudaríamos, volveríamos y reconstruiríamos todo, como lo hemos hecho a lo largo de la historia, porque nos saquearon y despojaron, pero, sin embargo, nos levantamos de las cenizas. Ni siquiera nos interesa que vuelvan a construir las rukas (como señalaba el acuerdo firmado el 1° de junio de 2023 entre funcionarios nacionales y referentes mapuches), sino que nos conformaríamos con que dijeran: “Ya está, los vamos a dejar tranquilos en su territorio”. Pero, como no nos autorizan a permanecer, aunque sea, en lo posible, concurrimos una vez por semana, para cuidarlo. También hacemos ceremonias, para que el espacio se fortalezca en conjunto con nosotros.
–El presidente del Directorio de la Administración de Parques Nacionales, Cristian Larsen, dijo que la intención es sacar el rewe. Si eso pasa, ¿qué significaría para usted?
–Algo muy negativo, una falta de respeto a un lugar que, para nosotros, un pueblo originario, es sagrado. Sería una vulneración de todos nuestros derechos. Pero no vamos a renunciar a ese espacio. El nuestro es un compromiso de por vida.
–Más allá de que retiraran la figura de madera, el chemamull, si además les prohibieran directamente el acceso, ¿qué harían?
–El retorno, a largo plazo, no se va a poder evitar… Pero, además, ¿por qué tanto ensañamiento? Nos parece ilógico que se le entreguen terrenos de Parques Nacionales a privados, y a nosotros, una comunidad indígena, con leyes que nos avalan, con el Estado que nos reconoce como preexistentes, no nos puedan ceder siete hectáreas… Creemos que es absurdo.
–¿Cuántas veces vandalizaron el rewe?
–Tres.
–¿Mientras estaba el Comando Unificado cuidando el lugar?
–Sí. La custodia no es real. Hay paso libre para quienes ellos quieren.
Foto: Facundo Pardo.
–En general, ¿cómo es la relación con la gente de Bariloche?
–Yo participo de espacios de lo que es el Municipio intercultural de Bariloche, a través de la feria Pewtun, que lleva tres años. Voy con lawen… También asistía a la feria de 25 de Mayo y Onelli. Muchas personas me preguntan por mi vestimenta, porque todos los días me visto así. Les cuento que soy mapuche. Hay veces que reconozco las caras y les digo que ellos también lo son. Muchos ya saben quién soy, no por la problemática vinculada a Mascardi, porque están quienes no saben de eso, sino que me conocen como persona. Y en el supermercado me han preguntado: “¿De dónde viene?”. Les explico que no vengo de ningún lado, que soy de acá, mapuche.
–En sí, entonces, ¿el trato del barilochense es respetuoso?
–Sí. De cada cien personas, habrá una que dice algo negativo.
Foto: Eugenia Neme.
–¿Cómo viven la situación los chicos de la comunidad?
–Han vivido todo en carne propia, y al no contar con su casa, su cama… Ellos tenían su lugar diario de desarrollo. Los niños iban a la escuela de Villa Mascardi, donde mantenían su identidad, con su vestimenta. Cuando sintieron el despojo, estuvieron con problemas de salud, psicológicos… En la actualidad, están conscientes de la situación en la que estamos. Nos preguntan. Varios están en edad escolar y hemos tenido que llevarlos a la escuela en Bariloche, o en los lugares donde están ahora las otras lamien (hermanas). Deben atravesar su identidad en otro espacio, más urbano, pero no la abandonan. Nosotros nunca dejamos nuestro ser mapuche, aunque estemos en la ciudad.
–¿Hacen preguntas?
–Sí. Depende la edad, también.
–¿Cuántos años tienen sus hijos?
–El más grande va a cumplir seis, y el bebé tiene dos.
–El mayor, ¿cómo toma todo?
–Él está atravesado por esto… Ante fechas patrias, en la escuela, se ha preguntado dónde queda él… Mis sobrinos y otros niños de la comunidad, que con ocho años corrieron por la montaña y con tres pasaron por el primer desalojo, ahora tienen diez y viven su identidad con firmeza.
–En la escuela, durante las fechas patrias, ¿qué hacen?
–No participan de algunas cosas, porque no se sienten integrados, sino discriminados, apartados… Después de charlar de buena forma con directoras y maestras, a veces se puede llegar a un punto medio y en otras ocasiones no.
–¿Y cómo fue la etapa escolar en Villa Mascardi?
–Jardín y primaria estaban juntos, con un total de veinte alumnos, de los cuales diez pertenecían a la comunidad. Las maestras aprendían a hablar mapuzungun a través de ellos, porque, por ejemplo, cuando querían agua, pedían ko, como se dice en mapuche. Lo mismo al comer pan, kofke. Al ir todos juntos, dentro de la institución no perdían su cultura. Incluso se había logrado poner la bandera mapuche.
–¿Dentro de la escuela?
–Sí. También emprendimos un proyecto de educación intercultural bilingüe, por medio del Ministerio de Educación, y había sido aprobado. Se iba a implementar en la escuela para integrar a los niños.
Foto: Eugenia Neme.
–¿Cómo imagina el futuro de la comunidad?
–La verdad es que la comunidad fue perseguida y separada. Hay una estigmatización hacia los miembros. Algunos están detenidos, y existen pedidos de captura para personas mapuches que fueron obligadas a mantenerse en la clandestinidad, a irse lejos, a campos…porque la “injusticia” está armada para tenerlos presos sin pruebas.
–En vista a ese panorama que traza, ¿cree que podrán volverse a reunir?
–Cuando el rewe se fortalezca, lo harán también los miembros de la comunidad y de todo el pueblo mapuche. Nos vemos volviendo al territorio, a reconstruirnos como mapuches, como personas, fortaleciendo nuestras familias, que fueron desmembradas. Nuestros hijos sufrieron tanto… Queremos que tengan la tranquilidad de retornar a correr libres en su territorio, sin temor a nuevas persecuciones, ni a que por la madrugada lleguen otra vez las fuerzas de seguridad represivas y también fuerzas parapoliciales armadas, porque durante mucho tiempo acudieron muchas personas racistas, con odio, a disparar e insultar.
–¿Esas acciones las personalizan en alguien?
–Muchas veces, de tarde y de noche, por la ruta, fue Diego Frutos (propietario del predio La Cristalina).
–¿Lo vieron en esos momentos en que dice que disparaban?
–Sí. Diego Frutos iba en camioneta, con otras personas, seguramente pagadas por él. Disparaban y se marchaban. También iban motoqueros que eran parte de Consenso Bariloche.
Foto: Eugenia Neme.
–¿Cómo es ser machi?
–Hay que aclarar que no es como un rol cristiano. Es decir, no tiene nada que ver con un sacerdote o una monja. A mí se me cuestionaba por ser joven… Bueno, definitivamente, viejita no iba a nacer –sonríe–. El espíritu lo tengo desde bebé, incluso desde la panza de mi mamá. A medida que crezco, me voy formando; tengo una preparación, un estudio para eso. No es que haya nacido con toda la sabiduría, aunque sí con el don, que luego se va desarrollando. Somos personas comunes y corrientes, de carne y hueso, y lo que tenemos de particular es que estamos abocados a la medicina, a las plantas, a la naturaleza. Tengo mi familia. Primero prioricé el estudio de machi, de la medicina ancestral de mi pueblo. Durante cinco años me preparé con otro machi, hasta que levanté mi rewe. Luego formé mi familia, tuve hijos que trato de educar en la cultura mapuche… También he leído libros de medicina occidental y los he estudiado, porque no estoy cerrada a eso. Si quisiera, podría formarme y también recibirme como doctora occidental.
–¿Le gustaría?
–Sí, aunque ahora no me da el tiempo, por la persecución política que sufrimos. También creo que la sabiduría no se vincula cien por ciento por un título universitario, aunque tampoco es que discuta eso… He tenido vínculos con la universidad, fui a dar charlas acerca de la medicina de plantas. Tengo buen trato y una relación amistosa con médicas, doctores… Hay que abrirse al respeto de ambas culturas, porque estamos conviviendo. Cuando veo que un paciente llega con toda la fe de sanarse con lawen, pero hay cosas que superan a esa medicina, le digo que tiene que ir a una consulta con un médico occidental. Soy sincera, no engaño a la gente.
–Es decir, ¿piensa que hay cosas que sí se pueden tratar con la medicina occidental, como usted la denomina, no con lawen?
–Lo puede intentar… Hay veces que no hay vuelta atrás… Hay que sincerarse.
–Pero, entonces, ¿cree en la medicina del blanco?
–No sé si tengo confianza en un cien por ciento en la medicina occidental… Por ejemplo, creo innecesario tomar una pastilla cada vez que te duele la cabeza; tampoco tengo fe en los tratamientos ni en las vacunas. Pero las operaciones… es un lado de la medicina que el pueblo mapuche, en su tiempo de estadía por esta tierra, quizá pudo desarrollar… Aunque en este momento no hay cirujanos mapuches, entonces hay que someterse a la medicina wingka.
–¿En el pasado había mapuches que operaban?
–Creo que sí. Hay registros que señalan que han encontrado, en tumbas de mapuches, implantes de huesos…
Foto: Facundo Pardo.
–Cuando conversamos en 2023 dijo que no se consideraba argentina, ¿sigue pensando igual?
–Yo tengo mis raíces. En la actualidad se usa mucho decir: “Me percibo…”. Yo no percibo mapuche, lo soy. Tengo sangre mapuche. En el mundo occidental, wingka, está la imposición de registrarse con un documento; bueno, mis dos apellidos son mapuches. Estoy orgullosa de mi identidad. Y estoy atravesada por el Estado argentino, que me impone un nacionalidad, un DNI… Pero eso no es lo que soy.
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–¿No es posible ser un mapuche argentino?
–En los momentos judiciales, cuando nos hacen declarar y preguntan, digo: “Nacionalidad impuesta argentina”. Cómo voy a decir que soy argentina si los que fundaron el Estado lo hicieron con una campaña genocida, sometiendo a los pueblos originarios, asesinando, quemando, poniendo en campos de concentración, sometiendo a nuestra gente como exposición de indio vivo en el Museo de La Plata, trasladando esclavos mapuches a Francia para ser expuestos en el zoológico… Entonces, si digo: “Soy argentina”, por mi mente pasan todas las torturas y cosas inhumanas que se han hecho en nombre de esta patria.
–Entonces, para usted, es una contradicción decir “mapuche argentino”…
–Claro. Cuando digo Argentina, me acuerdo de Julio Argentino Roca y de la campaña genocida que lideró.
–Claramente, no se considera argentina…
–No, no me considero argentina, aunque sin desconocer el Estado que se formó.
–Reconoce, entonces, que existe un Estado…
–Sí, y que soy parte de un sistema y de una sociedad… Y es lamentable, porque con todo lo que nos han arrebatado no podemos tener nuestra identidad y desarrollar una cultura propia. El Estado está manchado de sangre. Todos tenemos sangre mapuche: algunos, en las venas; otros, en las manos.
Foto: Eugenia Neme.
Fuente: El Cordillerano
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